Palabras del P. José Granados, dcjm, en la consagración del oratorio del Stella Maris College por el Cardenal Arzobispo de Madrid, Mons. Carlos Osoro, 12 de mayo de 2023
La celebración de hoy pone la presencia de Dios en el centro de nuestro colegio. ¿Y qué papel juega Dios en la educación? Uno de los murales de esta iglesia nos ayuda a responder. La escena es la del niño Jesús, perdido y hallado en el Templo. El muchacho, doce cumplidos (estaría en primero de ESO) mira hacia el frente. Por el gesto de su mano, que señala hacia arriba, entendemos que está respondiendo a la inquietud de sus padres: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?” (Lc 2,49).
Nos sorprende que María y José no miren al niño, sino que sus ojos se dirijan adonde el niño les señala: al Padre, cuya mano aparece en lo alto. Entienden así una verdad que es al tiempo difícil y consoladora: Jesús les ha sido confiado y no es propiedad suya. Pero observemos también la mano de José que se posa sobre el hombro de Jesús, recordándonos que “volvió a Nazaret y les estaba sujeto” (Lc 2,51).
En esta mano de José sobre el hombro de Jesús, y en la mirada de José y María a lo alto, se concentra el misterio de la educación en familia. Los padres pueden educar a sus hijos (pueden poner la mano en sus hombros y abrirles el camino de la vida) solo porque entienden que el hijo les ha sido confiado por el Padre. Ellos son los educadores primeros y principales, no porque el hijo sea suyo, sino porque son testigos privilegiados de que el hijo no les pertenece. Educar solo es posible si elevamos los ojos hacia Aquel que es origen y destino de nuestros hijos y alumnos, Aquel que les confiere dignidad única, Aquel hacia quien están llamados a encaminar sus pasos y encontrar plenitud de vida.
Junto a María y José vemos también a los doctores de la Ley. Aquí podemos encontrar representados a los profesores del colegio, que atestiguan para el Niño Jesús la entera cultura de su Pueblo: letras, números, eventos… Sus rostros reflejan distintas actitudes del educador. Uno de ellos tiende al enfado, lo que puede explicarse sin esfuerzo, pues educar prueba la paciencia.
Del enfado, sin embargo, hay que pasar al asombro, con que el otro doctor contempla el texto hebreo que tiene ante sí: “suscitaré un sacerdote fiel, que obre según mi corazón” (1Sam 2,35). Se explica que este doctor quede boquiabierto: Cristo, el Hijo, trae una plenitud novedosa respecto a todo lo que los doctores pueden transmitirle. Si Dios en la Escritura hablaba por medio de profetas, ahora ha hablado por medio de su Hijo único.
De modo parecido todo maestro está llamado a efectuar este paso “de la letra al hijo”. Se trata de que nazca en él el asombro ante la capacidad del alumno para la verdad y el bien. Esto permite al maestro entender que él colabora con Dios, fuente de verdad. Es decir, su tarea no es introducir en el hijo muchas letras, números, eventos…, sino encender en él la luz que le permita ver por sí mismo lo que el maestro le enseña. Y esto es posible porque en el corazón del hijo habla Dios mismo, Maestro interior. Así, el hijo podrá así llegar a ver incluso más que lo que sus maestros le enseñan. Y este será el honor de sus maestros.
Mirando a este mural entendemos que la presencia de Dios en medio de este colegio no es la de un meteorito ni la de un adorno. Esta iglesia está edificada sobre los cimientos del colegio, pero en realidad es esta iglesia la que cimienta a todas las aulas del colegio. Que en ellas sepamos acoger a cada hijo como un don de Dios, para enseñarle a distinguir la voz del buen maestro.