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Homilía en la solemnidad del Corazón de Jesús

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Homilía en la solemnidad del Corazón de Jesús, 16 de junio de 2023

“Venid a mí, todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré”. En nuestra “sociedad del cansancio”, como la ha definido el filósofo Byung Chul Han, estas palabras del evangelio de hoy se aplican a todos nosotros. Nos ocurre que estamos cansados de ser hombre. El proyecto del post y transhumanismo, adonde avanza la inteligencia artificial y los metaversos, es fruto del hastío acerca de lo humano mismo. 

Este cansancio, además, no es cansancio de brazos, ni tampoco de mucho pensamiento o fuerza de voluntad. El cansancio hoy es, concretamente, un cansancio afectivo. Es el cansancio del corazón. En nuestra cultura emotivista el éxito de nuestra vida consiste en tener sentimientos buenos y en paz. Y esa es la tarea agotadora que se propone cada hombre hoy, y que nos deja exhaustos. Pues los sentimientos no responden a lo que les pedimos. Los sentimientos son muchos y se nos rebelan, incluso se enfrentan entre sí. Los sentimientos cambian y se descomponen cuando ya los teníamos bien ordenaditos.

Celebramos hoy la fiesta del Corazón de Jesús, que conecta admirablemente con la pregunta de nuestro tiempo. ¿Podemos superar, desde este corazón, el cansancio por lo humano? ¿Que lo humano renazca del agua que brota del costado de Cristo? Para verlo es útil lo que enseña santo Tomás de Aquino sobre los efectos que produce el amor en nosotros. A su luz auscultamos el corazón para descubrir qué pulsaciones son la causa de su agotamiento. ¿Es nuestro amor un amor así?

  1. Un primer efecto del amor es que nos toca y vulnera. Produce como una licuefacción del corazón, de modo que podamos abrirnos al amado. Es lo contrario del endurecimiento. Esto significa que el corazón es lugar de apertura a algo que nos excede. Por eso, fracasará quien quiera modelar por sí mismo su propio corazón. La fuente que brota del costado nos lo recuerda: es necesario acercarse a un agua originaria. 

Así que el primer cansancio del corazón deriva de nuestra negativa a ser modelados por un amor más grande, que viene del Creador. San Pablo describe lo que ocurre al corazón que rechaza las manos del Creador: “Dios los entregó a las apetencias de su corazón, a una impureza tal que degradaron sus propios cuerpos” (Rom 1,24). El hombre de hoy se ha entregado a esta tarea imposible de remodelar el propio cuerpo según el propio sentimiento.

El primer paso hacia el descanso consiste en beber de la fuente del costado. Jesús dio la clave, pidiéndonos aprender de Él, manso y humilde. Karol Wojtyla ofrecía este aviso: “déjate modelar por el amor”. E incluso Byung Chul Han recomienda, ante la sociedad del cansancio generada por la búsqueda del rendimiento máximo, “el amable desarme del yo”.

¿Cómo fiarnos para abrir el corazón y dejarnos plasmar? En la fiesta del Corazón de Jesús celebramos que Dios mismo se ha hecho vulnerable al amor, se ha dejado impactar y conmover, se ha enamorado, como dice la primera lectura de hoy (Deut 7,7). 

Un aforismo de Gómez Dávila reza: “lo difícil no es creer en Dios, lo difícil es creer que le importamos”. Hoy lo difícil, a la vista de su corazón abierto, se ha vuelto fácil. Hoy es fácil creer que le importamos, hoy es evidente que le importamos. Y precisamente porque le importamos podemos dejar que Dios modele nuestra vida. 

  1. Otro efecto del amor es, según santo Tomás de Aquino, nuestra inhesión (inhaesio) en el amado. Es decir, por el amor el amado entra en nosotros y nosotros en él. El cansancio viene cuando el corazón no logra forjar el mundo común y, sin poder adherirse a nada, gira sobre sí mismo, en el vacío.  

El Corazón de Jesús nos descansa porque nos ofrece un “yugo”, hecho para uncir dos bueyes. Es decir, Jesús nos ofrece un trabajo y un cansancio compartidos. Un corazón descansa en otro corazón. Dicen que el amor consiste en que la otra persona se nos haga real, tan real como lo somos para nosotros mismos. El Corazón de Cristo nos ha mostrado lo reales que son para Dios nuestros sufrimientos, hasta morir por nosotros, y lo reales que son nuestros gozos, hasta resucitar por nosotros. Nuestro descanso pasa precisamente por lograr que Cristo sea tan real para nosotros como lo somos nosotros mismos. Cuando nuestro corazón se abre a las preocupaciones de su corazón, mucho más graves que las nuestras, sucede la paradoja de que descansamos, porque ya no llevamos solos el peso. 

Junto al descanso de quien se deja amar aparece así el descanso de quien ama con Cristo. Cuentan de un santo a quien Dios, en la oración, le confiaba el mundo para que hiciera lo que quisiera con él. Y el santo se lo devolvía sin tocarlo. Es el primer descanso de que hemos hablado: dejarse hacer por Dios, sabiendo que no hay mejores manos que las suyas. 

Ahora bien, la oración de aquel hombre era transformativa. Él no intervenía en los asuntos del mundo, porque al rezar entendía que todo lo que sucede en el mundo viene del amor personal de Dios. Cambiaba así su forma de mirar al mundo, y esto le hacía capaz de transformar el mundo. Pues solo quien abandona el mundo al amor de Dios, puede luego asumir la responsabilidad sobre sus propias acciones, sabiendo que entran en un designio más grande. Sólo si hay un director de la obra de teatro, puede cada actor desarrollar su papel con protagonismo, e incluso improvisar. 

De este modo el Corazón de Jesús no revela solo el amor de Dios al hombre, sino también la respuesta de amor que el hombre, en Cristo, da a Dios. Hoy es, por tanto, la fiesta de nuestra colaboración libre con Dios. Él abandona el mundo en nuestras manos, para que lo transformemos unidos a Él. Dirige todos los eventos, sí, pero no por la fuerza ni por la astucia, sino por el amor, suscitando el amor, invitándonos a reparar por el pecado y a edificar la Iglesia. Por eso envió a su Hijo a morir en la Cruz, para que atrajera a todos hacia sí. 

  1. Santo Tomás describe otros efectos del amor. Está por un lado lo que llama “éxtasis”, pues el amor nos impulsa a salir de nosotros mismos. Junto al éxtasis está el “celo”, que es como un ardor que busca siempre más al amado y elimina cualquier escollo en el camino hacia él. Así, tras decirnos que descansemos en Él, Cristo nos llama al trabajo: “cargad con mi yugo”. 

Recordamos el aviso para ser felices que daba el escultor Henry Moore. Invitaba a escoger una sola tarea y a entregarse a ella con todas las fuerzas cada día, cada mes y año. Sólo había que tener cuidado de una cosa: que la tarea elegida fuera imposible de realizar. Y es que una razón del cansancio afectivo es esta: nos cansa que nuestra perspectiva esté cerrada, como cansa a la vista la falta de horizontes. Se cansa la mosca dándose cabezazos contra el cristal, hasta que se abre la ventana y vuela. El Corazón de Cristo nos descansa porque pone ante nosotros una gran tarea a la que podemos entregarnos del todo y siempre más. Se trata de generar el mundo para Dios.

Los judíos en la noche de Pascua enumeran los beneficios de Dios y confiesan que cada uno de ellos, aun sin los siguientes, “les habría bastado” (en hebreo dayenù). La trasposición cristiana no consiste en seguir añadiendo beneficios, sino en decir: “no nos habría bastado”. Pues se revela ahora el corazón humano de Dios, y ya nada basta hasta ser uno con ese corazón. Este deseo de alcanzarlo todo es lo que nos ilusiona en la fiesta de hoy.

Hablando de los efectos del amor santo Tomás se pregunta: ¿todo lo que hacemos lo hacemos por amor? Y responde que sí. La fiesta de hoy nos revela cuál es ese amor por el que se hacen todas las cosas. Todo lo que Dios hace pasa por este corazón que se abre en la cruz. Y todo lo que hacemos lo hacemos por configurarnos a este corazón. Este es el secreto de nuestro descanso, al que nos invita Jesús: “¡Déjate amar! ¡ama conmigo! ¡amemos más, hasta el fondo!” Y que, así, renazca lo humano, desde el corazón.

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