Votos del Buen Pastor
- 08/05/2022
- En Español, Homilías
- José Granados, Superior General
Homilía de los Votos perpetuos del Hno. Juan Puech Helguero
Querido Juan, queridos discípulos, queridos sacerdotes, familias, amigos: “Nadie las arrebatará de la mano de mi Padre” (Jn 10,29). Son palabras de Jesús, Buen Pastor, referidas a sus ovejas. El Señor nos transmite así su secreto más hondo: el misterio del Padre y de su amor. Y nos aplica a nosotros lo que dirá de sí mismo, en el contexto del abandono de los discípulos, ovejas dispersadas: “Nunca estoy solo, el Padre está siempre conmigo” (Jn 16,32).
- “Nadie te arrebatará de la mano de tu Padre”.
Viene a la mente la imagen del pastor que lleva sobre los hombros la oveja. O a veces la oveja está también en sus brazos, y Él la protege y tranquiliza.
Hacer votos perpetuos es ponerse en las manos del Padre. Un compañero de Juan bromeaba una vez con los demás discípulos, justo antes de hacer los votos: “todavía no me tenéis”. En realidad, al hacer los votos perpetuos quien te va a tener, Juan, es el Padre. Nadie te podrá ya arrebatar de su mano. En los votos, antes que hacer tú algo, le dejas hacer al Padre: dejas que tu mano te agarre de modo que nadie, “ni la tribulación, ni la angustia, ni la persecución, ni el hambre, ni la desnudez, ni el peligro, ni la espada…” (cf. Rom 8,35) te pueda separar de su amor.
Esta mano que nos sostiene evoca el voto de pobreza. Vibramos con infinitos deseos que nos mueven de aquí para allá y no nos dan reposo. Incluso los bienes que parecen más seguros, los que llamamos inmuebles o raíces, están sujetos al cambio, pueden devaluarse, perderse. La confianza en el Padre significa poder descansar en el verdadero bien inmueble, en el bien radical. Y así vivió Jesús. Él no tenía donde reclinar la cabeza, porque podría reclinar la cabeza en cualquier sitio, incluso en la barca agitada por las olas. Quien no tenía nada, encontraba su descanso en las manos del Padre.
Pues bien, nadie te arrebatará de esa mano, porque el Padre es mayor que todo. Ayuda recordar nuestra dirección postal completa: Juan Puech, Madrid, España, Europa, el hemisferio norte, la Tierra, el Planeta Solar, la Vía Láctea… las Manos de Dios.
Pero, ¿no están esas manos del Padre demasiado lejos? ¿No hay que pasar por demasiados espacios para sentirlas cerca? Resulta que la fe cristiana concreta la pertenencia a estas manos. San Agustín, comentando este pasaje del Evangelio, lo decía así: la mano del Padre es su Hijo, es Cristo. Nadie te arrebatará de su mano porque con los votos te configuras plenamente a Cristo. Y así su mano ya no es el último lejano espacio, sino el primero de tu dirección: “Juan Puech, Cristo (mano de Dios), Madrid, España…”
Entonces la pobreza no es simplemente desinterés o renuncia a los bienes de la tierra. Significa, más bien, que cuando dices “mío”, ese “mío” se entiende desde otro “mío”: mi Padre, mi Cristo. Renuncias ahora a decir todo “mío” que no pase antes por tu pertenencia a Jesús. Tu casa, y tu sustento, y tus herramientas de trabajo, son tuyas en cuanto que son de Jesús.
Y como Jesús es el resucitado y el fruto último de todo, con la pobreza posees ya el futuro último de los bienes. Aceptas que te quiten las hojas, el tronco, incluso las raíces, porque posees, no solo el grano, sino los muchos granos que esa semilla dará. La mano del Padre, en la pobreza, no es solo la mano que te sostiene y protege, sino la mano con un puñado de sal que te atrae hacia ella.
- “Nadie te arrebatará de la mano de tu Padre”.
La hondura de esta pertenencia a Cristo, mano del Padre, se descubre también con la imagen que leemos en la primera lectura, del profeta Isaías (Is 44,1-5). El que “te formó desde el vientre” te dice que llevarás tatuada esta frase en tus manos: “Este es del Señor” (Is 44,5). Y esto implica que Él mismo te ha tatuado en sus propias manos: “Este es de Juan” (Is 49,16), porque es Dios de Abrahán, Isaac, Jacob. La mano del Padre te toca ahora por el voto de virginidad.
Esta imagen del tatuaje toma otra forma en el contexto del Buen Pastor: es el sello con que se marcaba a las ovejas, signo de pertenencia al rebaño. Los primeros cristianos veían este sello en la cruz que se forma sobre la frente, la boca, el pecho. Todos nosotros hemos recibido ese sello en el bautismo, y se nos ha grabado dentro. Este sello se manifiesta con su luz y fuerza en la liturgia: ahora podemos verlo en toda su gloria, por vuestra participación en estos misterios, vuestros cantos y aclamaciones, vuestros gestos. Gracias a este sello os incensarán durante el ofertorio, porque sois Cristo.
Ahora bien, durante vuestra vida ordinaria el sello normalmente está oculto, porque los cristianos viven como uno más entre los demás hombres, precisamente para que puedan mezclarse con ellos y contagiarles la vida de Dios. Este sello solo se manifestará plenamente al final de los tiempos, y entonces nos cegará con su luz, aunque en realidad el sello marcará también nuestros ojos, para que podamos ver la luz.
Pero, y aquí está el misterio de la vida religiosa, Dios ha querido que en algunos hijos suyos este sello se manifieste ya en toda la vida de ellos, incluso aunque no haya llegado la resurrección. Es el sello de su gloria, el sello de Cristo que ahora se muestra en todas las dimensiones de la persona, y especialmente en nuestro cuerpo, por el voto de virginidad. Por eso esta vida es seguimiento corporal de Cristo, de modo que Cristo queda, por así decir, tatuado en la carne.
De este modo las manos de Dios no aparecen solo como las que te sostienen y protegen, sino también como las que te van modelando. Por los votos te pones en sus manos para que te sigan conformando, como hace el alfarero, a la carne de Cristo muerto y resucitado. Antes que san Agustín, San Ireneo de Lyon identificó las manos del Padre como el Verbo y el Espíritu, el Verbo para modelarnos por fuera según su imagen, el Espíritu para transformarnos por dentro, según su semejanza.
Gracias a este sello nadie puede arrebatarte de las manos del Padre. Pues lo más temible, lo que más puede hacer que nos separemos del amor de Dios (cf. Rom 8,39) es precisamente nuestra propia rebeldía. Aunque las manos de Dios estén decididas a acogernos siempre, ¿no es posible en todo caso que nosotros las rechacemos? Si nosotros pedimos que nos suelten, ¿no nos dejará ir, pues aborrece la violencia? ¿No se hartará la oveja del pastor para buscarse sus extravíos?
La respuesta nos la da la lectura del Apocalipsis: “el Cordero les apacentará” (Ap 7,17), es decir, el Pastor se ha hecho Cordero para que las ovejas pudiesen corresponder al amor del pastor. El sello de la alianza ya no se graba solo desde fuera, sino desde dentro del hombre, pues el Hijo de Dios ha amado al Padre con corazón humano. Es posible ahora, desde nuestra pobre humanidad, amar a Dios con un amor digno de Dios mismo, tan irrompible como Él mismo. Sigue, pues, querido Juan, el consejo del mismo Ireneo: “Preséntale tu Corazón, blando y maleable […] La Mano de Él modeló en ti la substancia; te ungirá por dentro y por fuera con oro puro y con plata” (Adv. Haer. IV).
Este sello es, por tanto, el sello del amor, un sello esponsal, grabado en tu corazón, con el que haces de Jesús el Amado. Ya sabemos que Jesús es el más amable de todos los hombres, y eso no depende de nosotros. Pero Jesús tiene también el nombre de “Amado” y la grandeza de ese nombre sí que depende de nosotros. Hoy es un día de gozo. Pues Cristo, que cuando salgamos de la Iglesia será tan amable como cuando entrábamos, va a ser más amado al terminar esta misa, por estos votos que realizarás pronto. Así se define la llamada de todo cristiano: hacer que Jesús pase de amable a amado. Y en los votos religiosos esto se manifiesta visiblemente, en la carne, ante todo el que tenga ojos para ver: Jesús es el Amado por excelencia, porque puede llenar todas nuestras fuerzas para amar.
- “Nadie te arrebatará de la mano de tu Padre”.
Este sello que Dios imprime a sus ovejas para que estén siempre en su mano es un sello particular. Los rabinos alababan la diferencia entre Dios y los otros gobernantes porque, mientras estos con un solo molde imprimían infinidad de monedas todas iguales, Dios, con un solo molde, el de su imagen y semejanza, crea infinidad de personas todas distintas. El amor quiere tu respuesta libre, y así la mano de Dios (mano que custodia, mano que modela) se hace ahora mano sobre el hombro, mano que guía, mano que batalla contigo. Esta tercera mano queda recogida en el voto de obediencia, por el que identificas tu proyecto con el proyecto de Cristo, o, mejor, por el que Cristo mismo pasa a ser tu proyecto.
Comentaba hace unos días con el P. Ioan Gotia unos bocetos que está preparando del Buen Pastor, tratando de poner el Buen Pastor en la Cruz. El problema es que la oveja sobre los hombros de Cristo pedía una mano que la sujetara, y eso hacía imposible extender las manos. ¿Y si Cristo dejaba a la oveja que descansara sobre sus hombros, y extendía las manos? La oveja quedaba entonces en equilibrio inestable. Surgió la idea de atar con una cuerda las patas de la oveja, de modo que el Pastor pudiera extender sus brazos. Pero, ¿no se tenía entonces la impresión de que la oveja iba a ser sacrificada, en vez de ser protegida?
En realidad, algo de eso ahí en la imagen del Apocalipsis que leemos hoy: un Pastor que es Cordero. El Cordero pascual, que ha sido sacrificado, resulta que ahora está en pie, degollado, para guiar al Pueblo, tomando el puesto de Moisés, protegiéndoles del sol y el bochorno hacia los buenos pastos (Ap 7,15-17). De hecho, el Apocalipsis nos presenta en otros lugares a un cordero batallador, un carnero o ariete que lucha contra los enemigos (Ap 5,6). Solo que su lucha consiste precisamente en morir por los enemigos, y por eso su ejército es el de los mártires, que ofrecen su sangre con Él en la buena lid.
Ahora la mano que nunca te abandona no es sólo la mano materna que acoge y protege, sino la mano paterna que se pone sobre el hombro y que lucha a tu lado, como dice san Ignacio de Loyola, “tomando parte conmigo en los trabajos para así tener parte también en la gloria”. “Nadie te arrebatará de su mano quiere decir”, ahora que, gracias a la obediencia, tendrás la seguridad de que esa mano combate a tu lado. Así, la sangre del Cordero que lava las vestiduras blancas, es también la sangre de tu entrega y de tu concordia con Cristo.
Esta mano del Padre, de las que nadie te arrebatará, y que es mano que protege, mano que modela, mano que trabaja contigo, puede tomar todavía una cuarta forma. Pues dice Fray Luis de León que es propio del Buen Pastor cuidarse en particular de las ovejas y que esto se muestra en un detalle personal y afectivo: el Pastor “les hace música”. La oveja es animal musical porque tiene oído fino. Los latinos decían que oveja, agnus en latín, viene de agnoscere, que es reconocer, porque reconoce la voz de su madre incluso en un gran rebaño. Y reconoce la llamada del pastor, que llama a cada oveja por su nombre. Y, dado que la vida religiosa es comunitaria, podemos ver quizás las manos del pastor como las manos de un director de orquesta. Que nadie te arrebate de estas manos que armonizan la música, es decir, de esta concordia de la Iglesia y de la familia de los Discípulos. Que con tu voz edifiques esa concordia. Que sigas al Cordero adondequiera que vaya (Ap 14,4), y cantes el canto del Cordero (Ap 15,3).